sábado, 17 de julio de 2010

Πού είναι το ελληνικό θαύμα. ¿Dónde está el milagro griego?

Agradeciendo a Abel Cantero la inspiración de esta nueva entrada, a raiz de leer FIDELIDAD INNATA en su blog "Jugando con la Perspectiva", que no os debéis perder. 
¿Que nos queda de la civilización griega? Probablemente el recuerdo, la historia y poco más. La involución humana nos ha ido arrastrando, siglo tras siglo,  hacia la imbecilización. Hoy Grecia, una de las cunas del desarrollo de la Humanidad, ha vuelto a ser saqueada por nuevos lobos espartanos que aullan Auuu Auuu Auuu, cuyo oficio, bien conocido,  es mentir y robar. Grecia fue ayer un milagro para todos, y  es hoy la derrota de todos. Elocuente, el poeta griego Yanis Ritsos escribió :

“Poco después de nuestra total derrota en Egospótamos  se acabaron ya nuestras conversaciones libres, el Águila de Pericles y el florecimiento de las artes, los Gimnasios, los Simposios de nuestros sabios. Ahora, silencio profundo, tristeza en el Ágora (…). Nuestros papeles y nuestros libros han sido arrojados a las llamas...”.

Prosigo con un extenso fragmento del Epílogo de "Corazón de Ulises", obra de Javier Reverte en que hace una descripción evocadora y emotiva de ese "milagro griego":

"Fue aquélla una edad en que el hombre pareció atrapar el sentido de la vida, hacer suya la propia existencia, en comunión con la Naturaleza y con el Tiempo, y en paz con los dioses hasta donde ello era posible. Fue un momento fugaz en la historia humana y tal vez irrepetible. Y ese instante luminoso se produjo merced a una civilización que jamás, salvo en los días de Alejandro, se constituyó como único Estado, pero que alentó su conciencia de nación en su espíritu de unidad cultural. El milagro griego se produjo porque aquellos hombres nunca se sintieron hermanados por los lazos de la sangre, sino por la religión, los juegos deportivos, la poesía, el arte y el pensamiento. Vinculados por el corazón y la razón, su verdadera patria no fue otra que el alma y la razón. Y nos dejaron huérfanos al irse. Para ellos, en los momentos más elevados de su civilización, ser y parecer fueron la misma cosa.

Eran valientes al enfrentarse, venciendo el miedo, a un universo pavoroso, donde los dioses gobernaron con crueldad y bajo la norma caprichosa de sus pasiones desatadas. Y esos valientes alzaron desde la nada un nuevo mundo sujeto a la moral, a la estética, a la libertad y a la ley. Mejor lo expresa Balthazar, el alter ego del griego Kavafis, en la novela de Lawrence Durrell: “Todos buscábamos motivos racionales para creer en el absurdo”.
El hombre griego intentó integrar los saberes, llegar a ser un hombre total, organizar el caos fragmentado bajo la unidad de la luz del pensamiento. Bautizó a las estrellas y a las constelaciones con los mismos nombres con que ahora las conocemos, y a los sentimientos, a las pasiones y a la mayoría de las ramas del saber humano. Inventó también la literatura y la reflexión sobre el ser. Y se preguntó, antes que nadie, qué es lo que somos. Lo gracioso es que no lo sabemos muy bien todavía tantos siglos después.

Imaginativos, soñadores, audaces, curiosos y llenos de coraje, los griegos se enfrentaban a la vida con esperanza y vigor. Sabiéndose mortales, sin creer en una vida más allá de la vida, con el horizonte de no-ser delante de sus pies allí en la hondura del Hades, supieron también ser alegres. Por eso, mientras otros pueblos han conquistado grandes territorios del mundo a lo largo de la Historia, ellos conquistaron algo mejor: nuestras mentes y nuestros corazones. Nos enseñaron a reír, a reflexionar y a llorar.

La gran hazaña de los griegos fue cincelar el alma del hombre libre, por eso todos somos griegos. Y su principal tarea fue exigirse y exigirnos que todo se lograse en el curso de la vida: el amor, la dignidad, el honor, el saber, la alegría y la cordura. Así, también nos enseñaron a vivir la vida. Nada menos… “¡Déjame recordar el silencio de tus profundidades!”, pedía el poeta Hölderling, añorante de la Grecia eterna.

Fue aquí, en el Mediterráneo, en el mar de la pasión, donde sucedió el gran milagro. Y tal vez la razón última por la que aquellos hechos extraordinarios acontecieron la explica Platón, en su diálogo Timeo, en boca de un sacerdote egipcio: “Vosotros los griegos”, dice dirigiéndose al legislador Solón, “siempre sois niños. ¡Un griego nunca es viejo!”.
 
En nuestras manos está  reivindicar y luchar por un nuevo milagro griego, que no es utopía.    

2 comentarios:

  1. amigo, que no se hunda la inspiración de ida y vuelta, de bitácora en bitácora, de puerto en puerto, de vuelo en vuelo... que nos hará encontrarnos en los mapas de versos,recurrentes como el despertar de una conciencia adormecida
    que grita ¡¡¡es hora de aullar!!!

    un abrazo!!!!

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  2. Un aullido fuerte y hasta el próximo verso
    Abrasos

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