martes, 30 de marzo de 2010

¿EL TRABAJO DIGNIFICA? ¡Y UNA MIERDA!

Pocas veces una asociación de palabras ofrece un resultado tan paradójico y engañoso a la vez. ¿El trabajo como mero esfuerzo nos aporta alguna excelencia, alguna cualidad? ¿ ¿si así fuere es directamente proporcional el tiempo trabajado a la excelencia y reconocimiento del trabajador? ¿por qué los trabajadores gastan miles de millones en juegos de azar que les despojen de tal dignidad?. El trabajo, claro está, no es un fin en si mismo, sino el medio para alcanzar otros fines, que tanto pueden ser “dignos” como perversos. El trabajo se ha convertido en un modo de subsistencia del individuo y en un medio de control de masas. Sólo una minoría consigue aprovecharlo como motor de desarrollo personal.
El trabajo per se no genera crecimiento, ni relevancia, ni excelencia alguna, sino que es el resultado de ese trabajo en términos mercantilistas lo que le aporta valor. Así los trabajadores más envidiados son aquellos que, dedicando menos horas, logran una contraprestación más suculenta. Nadie puede pensar que el trabajo exclavo de un ciudadano del tercermundo alcance a dignificarle. Quien aparece como especialmente “dignificado”, adorado y admirado es aquel que saca impudoroso beneficio de los indignos trabajos precarios. Y el trabajo, en cuanto medio de subsistencia, se convierte en una herramienta precisa de control, manipulación y alienación.

Muy pocas manos dirigen el flujo de grandes masas de trabajadores “dignificados” y explotados a la vez. Se especula con el trabajo y se transforma lo que debería ser un derecho protegido en un producto de lujo, por cuya posesión pretenden que manifestemos eternamente nuestro agradecimeinto, casi como si se tratara de especie en extinción, por más precario y denigrante que sea. Nada importan las expectativas del trabajador, la calidad de su trabajo, el rédito no económico que debiera extraer. El hombre deviene “laboral-dependiente” y esclavo de su supervivencia.

El resultado de todo ello es una sociedad gris en la que un número significativo de sus miembros se ve obligado a sacrificar gran parte de su tiempo vital en el desempeño de tareas que, lejos de potenciar su crecimiento personal, intelectual, y humano -su propia felicidad-, les condenan de por vida a la inercia y al estancamiento.

Sólo tienen que acercarse a una estación de metro a primera hora de la mañana y captar el entusiasmo que el “trabajo dignificador” suscita en la masa trabajadora, casi a la altura del de los siete enanitos de Blancanieves.


CAMINO DEL PRECIPICIO


Camino entre procesiones de burros bizcos
Y perros tullidos sin alma,
Y miro la punta de mis zapatos
Que luchan por abrirse paso
Entre bolsas de basura

Y  una fina lluvia
De niños suicidas
resbala por mis espaldas
Mientras me hincan sus dientes de leche,

 
Camino entre cucarachas voladoras
Que hacen nidos en mis áxilas,
Y examino la punta de mis zapatos
Que tratan de abrirse paso
Entre babas de dictadores desollados

 
Y siento elevarse el aullido de sirenas
De un coro de máquinas tragaperras
Que escupen mi nombre

 
Y continuo caminando,
Entre una marea de viejos corderos degollados,
Y observo la punta de mis zapatos
Que lucha por abrirse camino
Entre charcos de esperma de los ahorcados,

 
Y mi camino deviene cada vez más pesado


Y extraigo de mis bolsillos,
Dunas de arena,
Y pozos ciegos,
Y espejos rotos,
Y cementerios de ceniza,
Y 1532678 pianos cojos,

 
Y no logro aliviar mi carga,

 
Y ya casi he llegado,
Y me planto al borde del precipicio,


Y respiro amargamente


                      antes de arrojarme,
                                      Introducir la tarjeta,
                                               E iniciar
                                    Una nueva jornada laboral





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